Por Laureano Pérez Izquierdo
Como un prestidigitador, Evo Morales ensaya trucos e imagina el futuro. Sabe que pronto podría quedar al desamparo: Nicolás Maduro tambalea y sólo se sostiene en sus pendulares militares; Daniel Ortega, en Nicaragua, debería replantear su régimen si no quiere también colapsar en el corto plazo. Apenas le quedaría Cuba al presidente de Bolivia.
Morales
sabe que su poder pende de su alianza con el chavismo y el castrismo
residuales y que quedar a la intemperie constituiría un golpe severo
contra sus planes de eternidad. ¿Quién sostendría los sobrevuelos desde La Paz a La Habana con escala en Caracas?
Se sentó sobre el poder boliviano el 22 de enero de 2006
y desde entonces se juramentó no apartarse de él. Para eso siguió el
manual del populismo: modificó la constitución (en 2009) y moldeó un
órgano superior de justicia amigable. Exclusivamente amigable. Tanto que el Departamento de Estado norteamericano tildó al sistema judicial boliviano –en su reciente informe sobre Derechos Humanos– como "disfuncional" que "conduce a la impunidad". Sobre todo en aquellos casos que rozan a las autoridades.
Pero previendo que su estadía en el Palacio Quemado
llegaría más pronto que tarde a su fin, nuevamente le pidió a su
receptiva asamblea que reforme el artículo 168 de la carta magna
boliviana para que le permitiera nuevas eras al mando. "El
período de mandato de la Presidenta o del Presidente y de la
Vicepresidenta o del Vicepresidente del Estado es de cinco años, y
pueden ser reelectas o reelectos por una sola vez de manera continua", dice el texto de hace una década.
No conforme con eso, quiso que se le autorizaran dos mandatos más a aquel que ejerciera la máxima magistratura nacional. Casualidades de la prestidigitación: el bendecido sería él. Consiguió la modificación legislativa la cual debió someterse a referéndum. Fue el 21 de febrero de 2016. Por primera vez, el pueblo boliviano le daría la espalda de manera concluyente. Nadie en Bolivia quería a un Evo perpetuado.
Pero la siempre oportuna justicia de amistad exclusiva le sonrió a su presidente. El 5 de diciembre pasado, el Tribunal Supremo Electoral de Bolivia (TSE) reinterpretó la Constitución Política del Estado en su reformado Artículo 168 -violentando la voluntad popular- y le dio vía libre a Morales
para presentarse nuevamente a una pulseada electoral. En la resolución,
a los jueces sólo faltó desearle "suerte" al presidente en funciones.
"No quiero, pero no puedo decepcionar a mi pueblo", dijo Evo
al ser autorizado jurídicamente a una tercera reelección. Nadie estuvo
en condiciones de interpretar si se trató de una cínica ironía.
Sin embargo, poco más de un mes después, el panorama en La Paz cambió por completo. Desde que Juan Guaidó se proclamara presidente encargado de Venezuela y los Estados Unidos sancionaran a PDVSA y a decenas de funcionarios del régimen de Maduro, en Bolivia se prendió una alerta.
Ven que las lealtades de Maduro
se tornan cada vez más frágiles, que el mundo aisló al dictador y que
al colapso social y económico se sumó en la última semana el energético,
dejando a casi todo el país en penumbras. La permanencia del heredero de Hugo Chávez en Miraflores podría tener las horas contadas. Las injerencias rusa, china y cubana verán un límite. La primera es la del petróleo -que disputa con Beijing– y la isla le soltará la mano a Caracas si Moscú así se lo ordena. Estertores postsoviéticos.
Más en las últimas horas, cuando un banco ruso -el Evrofinance Mosnarbank– sufrió el mismo alcance del Departamento del Tesoro norteamericano por intentar burlar las amonestaciones contra la dictadura chavista. ¿Podría Washington imponer correctivos contra Morales y sus ministros? Ese interrogante se oye cada vez más, aunque en voz baja, en el Palacio Quemado.
Política de cielos abiertos
Durante su gestión desde 2006, Morales participó del armado de una red de vuelos que unían La Paz con La Habana pasando por Caracas, de acuerdo a declaraciones de ex militares que formaron parte del circuito. Lo reveló el periodista brasileño Leonardo Coutinho en su libro Hugo
Chávez, el espectro: cómo el presidente venezolano alimentó el
narcotráfico, financió el terrorismo y promovió el desorden global.
Allí, en el capítulo El puente aéreo de la cocaína, Coutinho
relata cómo fueron las rutas entre las capitales latinoamericanas que
transportaban ladrillos de droga blanca en valijas diplomáticas.
El escritor e investigador brasileño radicado en Washington lo ilustró de manera cruda: narra un hilo conductor entre la tragedia del Chapecoense el 28 de noviembre de 2016, la muerte de un general –Germán Valenzuela– horas después de mostrar una imprudente valentía frente a Morales en un mitin con camaradas, y el triángulo La Paz-Caracas-La Habana.
La desgracia del equipo de fútbol brasileño comenzó a desenmascarar una trama de corrupción revelada por los propietarios de LaMia, la línea área cuyo avión Avro RJ85 se estrelló en las cercanías del Aeropuerto Internacional José María Córdova, en Medellín, Colombia dejando 71 muertos. Uno de los dueños de la compañía, Miguel Alejandro Quiroga Murakami, piloteaba la nave. Murió en el accidente pero había dado testimonio de lo que había visto. El otro, Marco Antonio Rocha, estaba en España. Sabiendo que no recibiría ayuda del gobierno boliviano, decidió exiliarse junto a su familia en Estados Unidos.
Rocha -un ex mayor de la Fuerza Aérea Boliviana-
comenzó a hablar. Sospechaba con razón que era su única salida para
evitar un posible pedido de extradición. Eran momentos en los que Morales buscaba despegarse de la tragedia que enlutó al fútbol mundial. Se presentó ante autoridades de la DEA en Florida
y en Washington. Declaró que durante su servicio como piloto militar
había sido convocado para realizar vuelos que unían La Paz, Caracas y La
Habana. Que estos no eran abiertos y que en sus filas sólo se trasladaban funcionarios venezolanos, bolivianos, cubanos e incluso iraníes.
Los particulares pasajeros lo hacían tranquilos. Inmunes. Sus
equipajes iban protegidos y no serían inspeccionados por agentes de
migraciones. Esas maletas diplomáticas, de acuerdo a Coutinho, volaban sobre todo desde Venezuela a Cuba. Cada uno de los viajes llevaba una carga estimada entre 500 y 800 kilogramos. El traslado hacia y desde el avión hasta su destino final era responsabilidad de militares chavistas y castristas.
Antes, ese tour especial
era realizado por naves venezolanas. Pero un incidente en 2007 obligó a
repensar la estrategia. Nadie sospecharía de aviones militares
bolivianos partiendo de una base cercana a la capital. El personal, el
transporte y la logística recaería en oficiales locales. La financiación y las órdenes serían venezolana.
La misteriosa ruta se utilizó 91 veces entre 2009 y 2014 según
información del gobierno brasileño. Si durante ese tiempo el lastre de
los cargamentos hubiera sido siempre el mismo (500 kilogramos), en total
se habrían trasladado 45.500 entre Caracas y La Habana con aviones de la Fuerza Aérea de Evo Morales. Antes de morir, el ex senador boliviano exiliado en Brasil, Roger Pinto Molina dijo que su yerno –Murakami– le había revelado que pudo constatar que los aviones bolivianos llevaban cocaína y que a cambio Cuba devolvía los cargamentos con armas y municiones para Venezuela. Lo mismo declaró Rocha.
La investigación sobre esta orgía de vuelos, drogas y armamentos podría
seguir avanzando si se corroborara que los vuelos continúan.
Soledad, pésima compañera
Morales intuye que su tiempo podría llegar. Pero también sabe que no puede desentenderse de un momento a otro de Maduro y Cuba y quedar destemplado y sin amigos a quienes acudir. No sólo él está sumamente comprometido con los sinuosos negocios con Venezuela. Involucró a sus propios militares -muchos de ellos felices- por orden de Chávez.
Es por eso que en los últimos días fustigó contra Estados Unidos y sus "sanciones injerencistas" contra Venezuela y sus funcionarios. Hasta arriesgó a decir que el descomunal black out en el país aliado era ni más ni menos que un "cobarde atentado terrorista". Sin más pruebas que las aportadas por su imaginación.
Sólo la economía le da un respiro. Los números están firmes aunque una luz de alarma permanece encendida. Las reservas internacionales caen a diario. El último año -de acuerdo a información oficial del Banco Central de Bolivia– "las
Reservas Internacionales Netas (RIN) alcanzaron a 8.946,3 millones de
dólares (último día de 2018), una reducción de 1.314,3 millones con
relación al 31 de diciembre de 2017".
En 2014 -apenas cuatro años atrás- habían alcanzado su máximo histórico: 15.122 millones de dólares. Desde entonces la hemorragia es incesante y no logra ser contenida por las autoridades monetarias. ¿Cómo podrá Morales revertir la tendencia si comienza a aislarse producto de su soledad en la región? ¿PDVSA Bolivia podría arrastrar a alguna institución financiera?
Por eso, juega a la política interna con un ojo en lo que ocurra en Venezuela. Si
por él fuera, adelantaría el reloj hasta que se celebren los comicios,
algo que lo tranquilizaría. Pero para el sufragio falta: será en
octubre. En el ínterin ensaya otro de sus trucos: muestra a Carlos Mesa -candidato
opositor, ex presidente y forzado antagonista- como un rival que podría
arrebatar su trono. Si hasta un sondeo los muestra cabeza a cabeza en
intención de votos. Los encuestadores deberán plantearse hasta qué punto están dispuestos a rifar el prestigio de su profesión.
Quienes hacen una lectura más crítica de esos números saben que todo se
trata de una alquimia para legitimar la fraudulenta maniobra de Morales para perpetuarse en el poder. Un poder que teme que se le escurra en sintonía con el momento histórico.
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